Las madres en los parques – y a veces los padres – solemos
intercambiar noticias con respecto a
nuestras hijas e hijos. Es nuestro tema de conversación favorito.
Me muevo en un entorno relativamente tradicional, digo
relativamente porque al parque al que suelo ir acuden madres jóvenes y bien
dispuestas hacia un público cultural y étnicamente muy diverso. Sin embargo, en
temas de salud estas madres comparten más bien un conjunto de ideas cuestionables
solo hasta cierto punto, que incluyen, entre otras, que la sanidad privada es
mucho mejor que la pública, que hay que seguir exactamente las instrucciones
que dé el personal sanitario, que la comida biológica es una tomadura de pelo,
que no pasa nada por tomar antibióticos o, a veces, incluso que, en caso de
enfermedad o malestar del niño o niña,
el personal sanitario tiene que actuar de alguna manera, prescribiendo
antibióticos, por ejemplo, o mandando un tratamiento “serio”. Este paquete de
ideas no va totalmente conmigo. No lo juzgo ni lo comparto, pero lo respeto y
manifiesto claramente mi desacuerdo con él, cuando siento que no estoy de
acuerdo.
Desafortunadamente, manifestar mi desacuerdo a veces puede
tener consecuencias desagradables, especialmente cuando se me juzga por actuar
de manera diferente.
Por supuesto, cuando Marta estuvo varios meses en
tratamiento por giardiasis, durante todos esos meses, estuve informando a mis
compañeras de parque sobre la evolución del problema. Mis amigas sabían que no
estaba tratando a Marta con antibióticos, según la recomendación médica, aunque
yo me sentía en paz conmigo misma porque la niña estaba recibiendo un
tratamiento, aunque fuera alternativo. Según iban pasando los meses y la
parasitosis no se iba, las caras de las amigas del parque se ponían cada día
más expresivas y las miradas cada vez más críticas, irónicas e incluso
sarcásticas. Hasta que las expresiones empezaron a materializarse en palabras.
-
Hoy en día es impresionante la cantidad de
información sobre salud que puedes encontrar en internet… - le contaba
entusiasta a Leticia.
-
Ya… no se sabe si es para bien o para mal… – me
contestaba ella.
Y otro día, cuando le comentaba que la información médica se
había convertido en mi tema de investigación, comentaba con sarcasmo: - Ya… ¡Tenías
que haber estudiado medicina tú!
Nunca estudiaría medicina, pero Leticia me veía como
atrevida, soberbia quizás, engreída… No solo, mi sinceridad con respecto a la
salud de Marta la autorizaba a opinar sobre algo muy personal, como las decisiones
que una toma respecto a su propia salud y a la de sus hijas. Me dolía, sentía
una invasión en mi esfera privada, aunque fui incapaz de decírselo. Me pregunto
qué nos lleva a interferir, opinar o incluso juzgar las decisiones que otras
personas toman en su propia vida.
Posiblemente Leticia no se permitiría tanta “soberbia” a si
misma, pensé, aunque tiempo después de nuestros desencuentros, su marido me
comentó que era precisamente ella la que le buscaba información médica para
evitarle a él episodios de ansiedad delante del ordenador…
A pesar de cierta conciencia con respecto a las
consecuencias, en aquellos meses sentía la necesidad de compartir nuestra
historia. Haber optado por una terapia alternativa de alguna manera había
iniciado una aventura, y estábamos alejándonos del camino conocido. No me
bastaba compartir mi aventura con mis hijas, necesitaba compartirla con alguien
que comprendiera mejor... Pero las madres del parque estaban dispuestas a compartir
la historia solo a cambio de ejercer un juicio crítico.
Encontrar oposición entre mis “pares”, por así decirlo,
incrementaba mis dudas. Pasados varios meses, con Marta que no acababa de
recuperarse, acabé por darle su antibiótico. Con mi gran sorpresa, el
antibiótico tampoco funcionó y la giardia seguía en su sitio.