miércoles, 26 de abril de 2017

Encuentros y desencuentros en el parque

Las madres en los parques – y a veces los padres – solemos intercambiar noticias  con respecto a nuestras hijas e hijos. Es nuestro tema de conversación favorito.
Me muevo en un entorno relativamente tradicional, digo relativamente porque al parque al que suelo ir acuden madres jóvenes y bien dispuestas hacia un público cultural y étnicamente muy diverso. Sin embargo, en temas de salud estas madres comparten más bien un conjunto de ideas cuestionables solo hasta cierto punto, que incluyen, entre otras, que la sanidad privada es mucho mejor que la pública, que hay que seguir exactamente las instrucciones que dé el personal sanitario, que la comida biológica es una tomadura de pelo, que no pasa nada por tomar antibióticos o, a veces, incluso que, en caso de enfermedad o malestar del niño o niña,  el personal sanitario tiene que actuar de alguna manera, prescribiendo antibióticos, por ejemplo, o mandando un tratamiento “serio”. Este paquete de ideas no va totalmente conmigo. No lo juzgo ni lo comparto, pero lo respeto y manifiesto claramente mi desacuerdo con él, cuando siento que no estoy de acuerdo.
Desafortunadamente, manifestar mi desacuerdo a veces puede tener consecuencias desagradables, especialmente cuando se me juzga por actuar de manera diferente.
Por supuesto, cuando Marta estuvo varios meses en tratamiento por giardiasis, durante todos esos meses, estuve informando a mis compañeras de parque sobre la evolución del problema. Mis amigas sabían que no estaba tratando a Marta con antibióticos, según la recomendación médica, aunque yo me sentía en paz conmigo misma porque la niña estaba recibiendo un tratamiento, aunque fuera alternativo. Según iban pasando los meses y la parasitosis no se iba, las caras de las amigas del parque se ponían cada día más expresivas y las miradas cada vez más críticas, irónicas e incluso sarcásticas. Hasta que las expresiones empezaron a materializarse en palabras.
-          Hoy en día es impresionante la cantidad de información sobre salud que puedes encontrar en internet… - le contaba entusiasta a Leticia.
-          Ya… no se sabe si es para bien o para mal… – me contestaba ella.
Y otro día, cuando le comentaba que la información médica se había convertido en mi tema de investigación, comentaba con sarcasmo: - Ya… ¡Tenías que haber estudiado medicina tú!
Nunca estudiaría medicina, pero Leticia me veía como atrevida, soberbia quizás, engreída… No solo, mi sinceridad con respecto a la salud de Marta la autorizaba a opinar sobre algo muy personal, como las decisiones que una toma respecto a su propia salud y a la de sus hijas. Me dolía, sentía una invasión en mi esfera privada, aunque fui incapaz de decírselo. Me pregunto qué nos lleva a interferir, opinar o incluso juzgar las decisiones que otras personas toman en su propia vida.
Posiblemente Leticia no se permitiría tanta “soberbia” a si misma, pensé, aunque tiempo después de nuestros desencuentros, su marido me comentó que era precisamente ella la que le buscaba información médica para evitarle a él episodios de ansiedad delante del ordenador…
A pesar de cierta conciencia con respecto a las consecuencias, en aquellos meses sentía la necesidad de compartir nuestra historia. Haber optado por una terapia alternativa de alguna manera había iniciado una aventura, y estábamos alejándonos del camino conocido. No me bastaba compartir mi aventura con mis hijas, necesitaba compartirla con alguien que comprendiera mejor... Pero las madres del parque estaban dispuestas a compartir la historia solo a cambio de ejercer un juicio crítico.

Encontrar oposición entre mis “pares”, por así decirlo, incrementaba mis dudas. Pasados varios meses, con Marta que no acababa de recuperarse, acabé por darle su antibiótico. Con mi gran sorpresa, el antibiótico tampoco funcionó y la giardia seguía en su sitio.

jueves, 20 de abril de 2017

La literatura científica sobre la giardia

Después de empezar el tratamiento natural para la giardiasis, Marta mejoró muy levemente. Rechinaba menos los dientes, pero seguía comiendo con mucho menos apetito que normal y seguía siendo muy nerviosa, especialmente durante el sueño, algo raro para ella. Mi búsqueda de información, mientras, había remitido, pues los resultados de dos análisis de heces que habíamos hecho en enero y febrero de 2016 (mes y medio/dos después de empezar el tratamiento) habían dado un resultado negativo. Con mi grandísima sorpresa, en un tercer control que le hicimos a Marta, le detectaron antígenos de giardia y nos dimos cuenta de que la pediatra no había leído correctamente las pruebas anteriores. La cosa se estaba poniendo cada vez más seria.
Ahí empecé a dudar de la eficacia del tratamiento, pero seguí con ello, porque de momento no tenía alternativas. Volvía a necesitar información. Mientras esperaba volver a la consulta de la pediatra homeópata, empecé a buscar en internet. Me metí en Google Scholar un buscador de Google que solo recupera información científica, es decir artículos de investigación escritos por científicos para otros científicos y busqué giardia lamblia. Me imprimí el resumen de varios artículos recientes y el texto completo de una revisión de terapias naturales para tratar la giardia publicada en la revista Alternative Medicine Review: “Giardiasis: Pathophysiology and Management”. Me lo leí con muchísimo interés, a pesar de la clara dificultad que entrañaba.
Estoy acostumbrada a leer literatura científica. Me desenvuelvo bien navegando en los artículos de investigación en búsqueda de la información que me interesa. Es mi trabajo. Me ocurre a menudo tener que leer artículos más técnicos, donde puede haber detalles que no comprendo, pero no me desanimo. Reconozco aquellos artículos que han pasado por un proceso de revisión por pares – es decir cuyo contenido ha sido validado por otros expertos anónimos ante de su publicación. Sé además que, por lo menos en mi área de especialización, la parte más compleja de comprender es la metodología, mientras que la más interesante desde un punto de vista informativo son la discusión o las conclusiones y, dependiendo de los casos, la introducción. Si no entiendo la metodología de un trabajo pasado por la revisión por pares, no me preocupo excesivamente.
De ese primer artículo no me costó comprender lo que me interesaba. El autor repasaba una serie de terapias naturales, mencionaba varios estudios en los cuales se había comparado su eficacia con respecto a otras terapias, y se ponía en cuestión la eficacia del metronidazol – ese antibiótico que me había resistido a suministrarle a Marta – mencionando tasas de recaída cercanas al 90% y tasas de resistencia del 20%. Las terapias naturales se proponían como primera opción en el tratamiento de la giardia, los antibióticos se reservaban para los casos en los cuales la terapia alternativa no funcionaba.  
Ese artículo me hizo sentir bien. Confirmaba a la vez mis dudas acerca del antibiótico y la terapia por la que había optado. Citaba referencias científicas, es decir fundamentaba sus conclusiones en un conjunto de nada menos que 90 estudios publicados en otras revistas científicas, y proponía un acercamiento flexible al tratamiento de la giardia: si lo natural no funciona, hay que intentar con antibióticos. Y además, lo podía entender más o menos bien.
También leí los resúmenes de algunos otros trabajos, muchos  de ellos realizados en países en vías de desarrollo. Muchos estudiaban posibilidades de tratamiento alternativas a los antibióticos, como varios probióticos, el ajo, la própolis... Finalmente, encontré un segundo artículo, mucho más actualizado, era de 2015. Se había publicado en F1000, una plataforma de acceso a la literatura científica que conocía y que propone un tipo de ciencia diferente a la tradicional. Los miembros del proyecto que son varios miles de expertos en ciencias de la salud a nivel mundial recomiendan artículos publicados más o menos recientemente, dando su opinión después de la publicación. Se titulaba “Advances in understanding Giardia: determinants and mechanisms of chronic sequelae”. Era un trabajo muy complejo. Me gustan mucho las lecturas intensas conceptualmente, porque tienen la capacidad de captar mi atención. Sin embargo, la complejidad de éste pudo con mis buenas ganas en varios puntos. Había estado leyendo libros divulgativos sobre el aparato digestivo y lo que había aprendido ahí me ayudó mucho para comprender, por ejemplo, los mecanismos a través de los cuales el parásito produce malabsorción de alimentos. Las partes más problemáticas fueron aquellas donde los autores utilizaban mucha terminología técnica, porque cada término tenía una carga informativa que estaba fuera de mi alcance: “CD4+T cells”, “axenized Giardia trophozoites”, “pro-inflammatory cytokines interferón-gamma (IFN-ƴ)”, o “tumor necrosis factor-alpha (TNF-α)” son algunos de los ejemplos más significativos. A pesar de estas dificultades, saqué mucha información interesante.
Según el artículo de Bartelt & Sartor (2015), que citaban a la Organización Mundial de la Salud, la giardia representaba una “enfermedad descuidada” (neglected tropical disease). Este mensaje se iría reforzando cada vez más en mi cabeza, corroborado además por la resistencia de las tutoras de Marta a comunicar la presencia de la infección en la escuela a los demás padres y madres. En esos días, preparando mis clases de fuentes de información especializada, me volvería a encontrar con el mismo mensaje en la Cochrane Library. Una de las noticias que van pasando en la página principal del portal se titulaba “Neglected tropical diseases: the top five” y volvía a enlazar con una revisión sistemática a la que ya conocía. Poco después, cuando el papá de un compañero de la guardería me dijo que al niño le habían encontrado otro parásito, el Cryptosporidium, busqué  Cryptosporidium y Giardia en Google y me encontré con otro artículo científico que transmitía un mensaje a tono con los anteriores “Cryptosporidium y Giardia, problemas emergentes en el agua de consumo humano”. Estaba claro, para la comunidad médica, la giardia representaba un problema emergente y descuidado. Ese mensaje se e

Bibliografía
Hawrelak, J. (2003). Giardiasis: pathophysiology and management (Giardiasis). Alternative Medicine Review, 8(2), 129-143.
Bartelt, L. A., & Sartor, R. B. (2015). Advances in understanding Giardia: Determinants and mechanisms of chronic sequelae. F1000prime reports, 7.

Doménech, J. (2003). Cryptosporidium y Giardia, problemas emergentes en el agua del consumo humano. Offarm: Farmacia y Sociedad, 22(11), 112-116.

Terapias naturales

Cuando después de cuatro meses de terapias naturales para combatir la giardia de Marta todavía no teníamos resultados, no puse en cuestión la efectividad del tratamiento. El médico que nos lo había mandado había hablado de 3 a seis meses, y la señora del herbolario había confirmado que debía armarme de mucha paciencia porque tardaría un tiempo respetable. Además estaba convencida de que el parásito se había ido y había vuelto, con lo cual mi teoría entonces era la del nuevo contagio.
Ahora, después de haber cursado los seis meses de tratamiento, puedo decir que no estoy segura si ese tratamiento natural (dos jarabes, Lombrifin y Composor 13, tres veces al día) ha funcionado o no. Ha sido un rollo tener que tomarse los dos jarabes tres veces al día durante mucho tiempo. No quiero ni pensar en la cantidad de dinero que me he gastado. Sin tener en cuenta que uno de los dos sabe muy mal, la paciencia que he tenido que invertir para que Marta, sobre todo, la más pequeña, se lo tomara. Me pregunto ahora, ¿ha merecido la pena?
Me pongo la misma pregunta cuando compro costosos suplementos para apoyar nuestras elecciones nutricionales. Por ejemplo, los suplementos de calcio durante las temporadas que hemos estado sin tomar lácteos. Algunas de estas temporadas han sido una necesidad objetiva. Cuando Clara era bebé le diagnosticaron una alergia a la proteína de leche de vaca. Tuve que dejar de tomar lácteos y sí que estuve tomando calcio en comprimidos. Otras veces, pero, alertada por algunos médicos o por ciertas lecturas, he decidido dejar de tomarlos de mi propia voluntad. Cada vez que compro esos suplementos, me vuelvo a preguntar, ¿merece la pena gastar en suplementos, cuando una dieta equilibrada en teoría debería proporcionarme esos nutrientes? Y quizás tendría un impacto menos dañino en el medioambiente.
No tengo una respuesta. Sigo comprando algunos suplementos con el argumento de que los alimentos que consumimos hoy en día no son como los de antes, presentan muchas carencias, no aportan todo lo que necesitamos… Pero la duda sigue ahí… y más aún teniendo en cuenta todo lo que cuestan…
Me hubiera gustado entrevistar a mi amiga Beatriz sobre este tema. Ella consume suplementos habitualmente igual o más que yo. Suele curarse con terapias naturales. Le propuse una entrevista para hablar del tema pero puso pegas… Es una pena, hablar con ella me hubiera ayudado mucho en aclararme.
Ahora que lo pienso, durante mucho tiempo – por no decir, siempre - he sentido que “me faltaba algo”, que tenía alguna “carencia” y que por eso necesitaba tomar suplementos. Me pregunto de dónde viene esa sensación de carencia... es curioso, siento que eso mismo les pasa a mis hijas. No que sientan ellas esta carencia, sino que a mí me parece que a ellas les falte algo. En muchos aspectos, incluido en esto, es como si fueran una extensión mía.
Me falta algo… … … Desde una perspectiva feminista, podríamos decir que me falta un pene. En una cultura androcéntrica, ser mujer se define a partir de lo que es un hombre. Entonces, está claro, me faltaría un pene, y me sobrarían un par de tetas y algo de grasa… ¡la dichosa celulitis! Desde otro punto de vista, podríamos decir que me falta todo el amor que mis padres no pudieron darme… desde otro aún, mis necesidades no serían reales, sino inducidas por una economía capitalista… o igual, son mis raíces en la naturaleza que echo de menos desde el medio urbano en el que vivo… no sé lo que es, pero sé que está ahí, la sensación de carencia, un vacío, un hueco… Tampoco podría definirlo. ¿Es cultural? ¿Económico? ¿Social? ¿Emocional?
Los suplementos y las terapias naturales de alguna manera me hacen sentir como que ese hueco se llena y me confieren tranquilidad, me aportan. Por el contrario, siento que los medicamentos convencionales me quitan: el dolor, las sensaciones, las defensas, la fiebre, el sueño, las reacciones alérgicas, las ganas de comer, el insomnio… Sin embargo, aun así mis dudas con respecto al consumo de suplementos y terapias naturales persisten.

Sus características y alto coste me dejan pensando… Un día estaba buscando unos comprimidos de 5htp, una sustancia química derivada del triptófano que se usa para conciliar el sueño, entre otras cosas. En el herbolario no lo tenían. El señor, algo resentido porque no quise aceptar las alternativas que me proponía, me hizo notar que un producto muy concentrado como el 5htp al fin y al cabo se asemeja a un medicamento convencional. Ese desencuentro con el herbolario acrecentó mis dudas acerca de los suplementos y de las terapias naturales. La idea de la extrema concentración me hacía pensar en las disparidades que existen en el acceso a los recursos, en lo poco natural que es todo eso, por mucho que me aportara. 

miércoles, 19 de abril de 2017

Leyendo libros

 12. Leyendo libros
Como la lectura no ficcional es mi pasión – algo que he descubierto leyendo libros sobre crianza – una de los primeros pasos que di con la parasitosis de Marta fue buscarme unas buenas lecturas. Me fui a Amazon.com y busqué no recuerdo cómo. Mis expectativas eran que ahí encontraría documentación actualizada, accesible en formato digital, y más barata. Los primeros dos libros en formato Kindle que compré fueron: Say goodbye to parasites. A complete guide to a successful parasite cleanse, de Russell Fenn. Veo ahora que la reseña que escribí en Amazon en su momento ha sido borrada. Encontré que muchas partes de un texto de unas treinta páginas coincidían literalmente con varias páginas de internet, me pareció increíble el plagio y lo denuncié. He vuelto a poner una reseña en Goodreads para que esto se sepa.
También compré y leí “Parasite Symptoms, Cleanse & Diet: Best Parasite Cleanse For Worms In Humans” de Christine Gerbehy. La experiencia fue algo mejor, me llamó la atención la conexión entre los parásitos y otra problemática infecciosa, la cándida, pero la autora no era ninguna científica, sino una mujer que contaba su experiencia personal. Para eso, mejor un buen foro, pensé. Dinero tirado.
Finalmente encontré un texto más general, pero que conocía por haber leído una reseña positiva en una revista de salud: La digestión es la cuestión de Giulia Enders. La autora, una joven estudiante de medicina, presentaba los principales hallazgos de la investigación médica sobre el aparato digestivo. Éste sí, me parecía una lectura más seria. Me dio buena espina. Al principio pensé que era un poco un rollo empezar por el principio, la anatomía del intestino, las bacterias que lo pueblan, etc. pero con el tiempo fui apreciando la lectura. La autora tiene mucho sentido del humor.
Durante los días que me duró el libro – que no fueron muchos – me empapé de todo el contenido que presentaba la autora, siempre fundamentado en numerosos estudios escrupulosamente documentados. Por ejemplo, sobre el tema de los lácteos y la dificultad de nuestro sistema digestivo para procesarlos. Al final, dice Giulia, ningún mamífero adulto toma lácteos, reiterando la teoría de quienes recomiendan evitarlos. “Entonces”, me decía a mí misma, “me tengo que mentalizar, no son naturales… deberíamos eliminarlos de la dieta…”
En un par de pasajes del libro encontré dos menciones a España. Decía la autora: “Germany, where I live, is not a region that contains many pathogens which cause diarrhoea. We may pick up a gastrointestinal flu bug every now and then, but our environment teems with far fewer dangerous microbes than in India or Spain, for example”. Y más adelante: “In countries like India or Spain, for example, there is almost no regulation of the amount of antibiotics given to animals.” Es decir, desde el punto de vista de bacterias patógenas y reglamentación de antibióticos en el criado de animales, España, para la autora del libro, la doctora Giulia Enders, era un país comparable a la India, pero no con Alemania. Me acordé de un colega muy famoso en mi área de investigación. Un día me comentó que nunca había estado en playas que no fueran las europeas (normalmente en España). Había viajado años por el mundo entero haciendo el mismo recorrido en cada sitio: aeropuerto – hotel – sala del congreso – hotel – aeropuerto. Me pareció un ejemplo evidente de qué alejada estaba la ciencia de la realidad, de las personas. Giulia Enders, super-experta en aparato digestivo, joven revelación de la medicina moderna, desconocía nociones elementares de geografía europea – y algunas de diplomacia básica. Y lo peor es que nadie le había corregido estos errores… Pensé que podía haber más, y no solo de geografía.
Finalizado el libro, podía verlo en perspectiva. La lectura me había resultado interesante, a pesar de que la parte dedicada a los parásitos – el tema que a mí me interesaba más - era muy limitada. Lo que más me había llamado la atención era por un lado el contexto, que me había resultado algo aburrido al principio, y dos teorías. Por un lado, una teoría acerca del Helicobacter Pylori según la cual, si esta bacteria lleva miles de años con el ser humano, tiene que tener una función importante para la supervivencia de la especie. Por otro, la teoría de la toxoplasmosis y la capacidad de los parásitos que la producen de controlar nuestro comportamiento. ¡Me parecía alucinante!
¿Por qué me quedaba con estas dos teorías y el contexto? Hummm… La teoría del Helicobacter me atraía porque tenía sentido para mí. En esa época estaba convencida de que Marta seguía estando parasitada porque se volvía a contagiar, me parecía casi imposible poderse desprender de ciertos bichitos sencillamente porque es muy fácil contagiarse… con lo cual, tenía sentido de que, como especie, nos hubiéramos adaptado a convivir con algunos de ellos, incluido el Helicobacter, sencillamente por la imposibilidad de desprenderse de ellos. La teoría de la toxoplasmosis, por otro lado, me gustaba por el asombro que me generaba, por ser algo absolutamente nuevo para mí, que un minúsculo protozoo pudiera controlar a un ser humano. Y finalmente, lo de haber aprendido algo sobre el aparato digestivo me permitía comprender mejor la literatura científica que estaba leyendo, me aportaba significado.
Me quedaba con estas dos teorías y con el contexto, el del intestino feliz, como lo han traducido en muchos idiomas, nada que poner en práctica o ningún remedio para mejorar el estado de salud de mi niña. Pero eso sí, estaba cada vez más tranquila. 

jueves, 6 de abril de 2017

A la consulta de la pediatra

Cuando nació Clara, mi primera hija, nos asignaron pediatra en el centro de salud más cercano. La señora era mayor, muy arreglada, las pocas veces que nos recibió, tuvo un trato muy seco y algo brusco con nosotros. Nunca llegó a explorar físicamente a Clara. En esa época nos atendieron más bien su sustituta y el servicio de pediatría del Hospital adonde acudimos algunas veces de urgencia. A los pocos meses de nacer, nos cambiamos a otro centro de salud todavía cerca de casa. La pediatra de ahí sí cumplía por lo menos con unas expectativas mínimas. Le sentó mal inicialmente que nos cambiásemos, ya tenía muchos pacientes. Pocos meses después, se marchó a un lugar mejor. Nos quedamos con la pediatra de mañana que nos había atendido ya en una o dos ocasiones, la Dra Pérez. Ahora es ella nuestra pediatra principal.
Con el tiempo he ido conociéndola. También pasa temporadas largas de baja. Es madre. No que me lo haya dicho abiertamente, es más bien reservada. Una vez hablando del tema chuches, compartió conmigo parte de su experiencia, sus estrategias. El trato con las niñas es muy delicado, algo que choca con su expresión más bien dura. Un día, sin embargo, perdió la paciencia con Clara que no conseguía estar quieta en la silla. Es muy partidaria de la medicina tradicional. Se toma su tiempo en explicar condiciones, tratamientos, consejos.
Cuando a Marta, mi segunda hija, le detectaron giardia, estaba una de sus sustitutas. Suelen ser pediatras jóvenes, muy motivadas, atentas. La que estaba entonces, estaba embarazada. Al día siguiente de darle sus resultados a Marta, me llamó para anotar algún dato más en el informe que tenía que entregar a la seguridad social, y que había olvidado preguntar la tarde anterior. El tratamiento que nos había mandado eran dos ciclos de una semana de Flagyl, un antibiótico potencialmente cancerígeno, según había averiguado en MedLine Plus. No se lo di a Marta, pues la estaba tratando con un tratamiento natural. Me sentía en paz conmigo misma, porque no había pasado del tema y estaba tratando a Marta, aunque fuera con medicina no convencional. Pero, por otro lado, me sentía culpable. Ese tratamiento tardaría más tiempo en ser efectivo. Al fin y al cabo, cuando volvería a pedir análisis, estaría mintiéndole, y le diría algo como “Sí, sí, hemos seguido el tratamiento escrupulosamente”…
Cuando volvimos a repetir los análisis de heces, en enero, después de casi dos meses de tratamiento – había estado aplazando el momento para dar tiempo a que los remedios naturales funcionaran -, nos atendió otra pediatra, muy joven, un encanto de persona. Al parecer el resultado era negativo, confirmando otro que habíamos hecho por privado. El parásito ya no estaba. En cuanto a la cándida y a otras dos bacterias que le habían encontrado a Marta precisamente en esos análisis adicionales privados, me pidió una semana de tiempo para poder estudiar los resultados de esos análisis tranquilamente. Me parecía increíble. ¡Qué seriedad! ¡Qué humildad! ¡Qué profesionalidad! No estaba acostumbrada a ese trato. Las cosas estaban definitivamente cambiando a mí alrededor.
Volví a casa satisfecha, aunque seguía dándoles vueltas al Campylobacter. Me preguntaba los posibles alimentos a través de los cuales Marta y Clara habían cogido la bacteria. Se coge principalmente de las carnes de aves poco cocinadas – que comemos, como mucho, una vez a la semana – o de preparados cárneos, como la pechuga de pavo. Yo siempre optaba por los que tuvieran menos conservantes, igual era eso el problema… mis opciones más naturistas… lo que estaba claro era que las cacas de Marta no estaban del todo bien…
La misma noche de la consulta, las dos niñas se pusieron malas. Clara con otitis y Marta con gastroenteritis. Por la mañana, estábamos de vuelta al centro de salud. Esta vez nos atendió la pediatra de mañana acompañada por otra evidentemente en prácticas. Salimos con la prescripción de dos antibióticos (a Marta por el Campylobacter, causa muy probable de su gastroenteritis, según la pediatra, a Clara por la otitis) y un diagnóstico de lengua geográfica para Marta. A pesar del cuidado en la exploración de las niñas y del trabajo de equipo, no estaba satisfecha por el resultado. Esa misma tarde acudiría a otra pediatra, una homeópata, y en los días siguientes me ceñiría al tratamiento que nos mandaría la homeópata.

La semana después, volvimos a ver a la pediatra joven, la sustituta de nuestro turno de tarde. Recomendó repetir los análisis para ver si las bacterias se habían ido solas y le mandó a Marta Mycostatin para acabar con la cándida – que, en su opinión, podía ser la razón de la lengua geográfica. Nos dio los resultados dos semanas después la Dra. Pérez que estaba de vuelta a su consulta. Dieron negativo para las dos bacterias, pero Marta volvía a tener giardia y a Clara se la diagnosticaban por primera vez. ¿Qué había pasado? Lo más probable era que se habían vuelto a contagiar. En realidad, averiguaríamos unas semanas después, la sustituta joven había leído mal los resultados, efectivamente no se habían encontrado huevos de giardia en la caca de Marta, pero sí antígenos. La giardia no se había ido nunca… A la lista de los adjetivos con los que había calificado la labor de esta pediatra, tenía que añadir otro “con poca experiencia”. Quizás estaba un poco decepcionada, aunque confiaba en que pronto esa doctora adquiriría la experiencia que necesitaba. Lo que más me preocupaba entonces era que llevábamos 4 meses en tratamiento y Marta seguía parasitada. 

jueves, 30 de marzo de 2017

Más pruebas, más problemas...

Las navidades pasadas, yo y mis dos hijas fuimos de visita a casa de mi madre. Estábamos todas en tratamiento por giardiasis con remedios naturales. Mi madre ya me había adelantado por teléfono que mi primo también había tenido problemas de parasitosis intestinal, que le habían dejado KO durante una buena temporada. Me había descrito un cuadro clínico bastante grave en el cual los parásitos habían dejado muy finas sus paredes intestinales, penetrando hasta en el torrente sanguíneo. A los pocos días Daniela, la mujer de mi primo, que es enfermera en un hospital público y muy partidaria de las terapias naturales, concretamente de la homeopatía, vino de visita con la niña (entonces de 5 años).  Volvió a contar la historia, añadiendo en paralelo su historia y la de la niña. 
De alguna manera condicionaron mi actitud y disposición hacia la historia el hecho de que Daniela fuera enfermera, así como las obvias conexiones con mi caso. En parte, la recibí como una revelación.  “Ah, ¡ahora entiendo!”. En parte como una reafirmación de mis decisiones, porque Daniela iba contando qué poco efectivos habían sido los antibióticos en el caso de mi primo. Había conseguido deshacerse de la giardia y de otros parásitos, solo a través de la dieta y de tratamientos naturales, tras una larga trayectoria de gripes e infecciones tratadas exclusivamente a base de antibióticos. También influyó mucho en mi percepción de la historia el sentido de control y éxito que emanaba de las palabras de Daniela. Tanto la parasitosis del marido como la de la hija se habían tratado con éxito a través de tratamientos naturales y homeopáticos.
En fin, con estas premisas, decidí realizar unas pruebas adicionales a los análisis de heces que nos habían hecho en la seguridad social en una clínica privada italiana. Pruebas que tanto Daniela, como mi primo, es decir su marido, y la hija habían realizado. Intenté primero localizar clínicas que ofrecieran análisis parecidos en España, pero las dos que encontré eran carísima. Las pruebas se realizaban en base a unas muestras de heces, recogidas, como mucho, 24-48 horas antes, y permitían localizar un amplio abanico de parásitos y hongos (según Daniela muchos más que los que se suelen buscar en las pruebas convencionales), y ofrecían además datos sobre la composición  bacteriológica de las heces.
De vuelta a España contacté con la clínica italiana que me suministró el kit para la recogida de las muestras y me informé sobre las modalidades de transporte urgente. La primera operadora de la compañía de transporte con la que hablé no sabía qué eran unas heces, y cuando se enteró me dijo rotundamente que no se podía. Desde la clínica no me habían dicho nada al respecto y me arriesgué a enviarlas de todas formas. Esperé a un día sin cole – creo que fue el 8 de febrero – recogí las muestras y las mandé. A los 15 días teníamos los resultados.

Ninguna de las tres teníamos giardia - en el caso de Marta, los análisis confirmaban otro que acababa de hacer en el cual los resultados, según la doctora, eran negativos (nuestra pediatra de la seguridad nunca nos imprime los resultados pero en esa ocasión nos había dicho que la giardia no estaba). Pero teníamos otras noticias. Las dos niñas tenían una bacteria, el Campylobacter, y Marta además tenía otra bacterias, Escherichia Coli, y niveles altísimos de un hongo, la Candida tropicalis. Pensaba haber solucionado el problema de la giardia, y ahora me veía con varios otros. Podía intentar, tras la experiencia negativa con el médico naturista, buscar a un doctor homeópata, pero pensé que primero hablaría de estos últimos análisis con la pediatra de cabecera. Estaba ahora una sustituta, una pediatra muy joven, muy disponible. Igual con ella solucionaría el problema.

miércoles, 29 de junio de 2016

Mi primer médico naturista

El primer médico naturista al que acudí fue por referencia de Fernanda, la responsable de la guardería. Se llamaba Antonio Fernández. Abro aquí un paréntesis para aclarar que todos, absolutamente todos los nombres que utilizo en mis posts son pseudónimos, excluyendo el mío. Los nombres de mis hijas también son pseudónimos. Todas las historias que cuento, en cambio, son auténticas, reales, por lo menos así lo son desde mi punto de vista.

Me puse en contacto con el dr. Antonio Fernández, cogí la primera cita posible y compatible con mi horario laboral. Pregunté sobre el coste de la consulta, cuánto duraría, etc. y al día siguiente o a los dos días, fui ahí con Marta. Clara se quedó en casa con fiebre, la intención era llevarla para que de paso la viera a ella también, pero por la fiebre no pudo ser.

La consulta era en un piso. Al contrario del pasillo y escaleras exteriores, el piso era luminoso y claro, el techo algo bajo. Las paredes eran blancas y los acabados de madera de pino, clarita. Olía a eucalipto. Esperamos escasamente 5 minutos y enseguida el doctor nos recibió. Me dio dos besos. Me resultó raro. Me dije “relájate”, ahora ya formaba parte del “círculo”- de los naturistas guay o algo así, aunque no me salió muy espontáneo recambiar. No había estado en un médico naturista antes.
La consulta fue muy larga. El doctor sacó papel y bolígrafo y empezó a anotar toda la información que me iba sacando sobre Marta desde el embarazo hasta la actualidad. Marta se entretenía, mientras, con unos juguetes. Antonio rara vez levantaba la mirada de su escritorio, donde estaba 
cuidadosamente expuesto un libro suyo, no recuerdo el título. Me dio algunas explicaciones sobre la Giardia, no muchas. En un momento dado a Marta se le salió un pedete. Confirmó que los parásitos suelen producir gases. Se relajó un poco como si fuera a reír, pero no llegó a reírse. Al finalizar la entrevista, exploró a Marta. Encontró que su piel era algo áspera, consecuencia, a su entender, de una probable alergia a la leche – al igual que la hermana que sí había tenido la alergia a la proteína de la leche en su época de lactante - y que el abdomen estaba un poco hinchado. Nos prescribió dos jarabes, Lombrifín y Composor 13 para tomar tres veces al día antes de las comidas, y recomendó eliminar completamente los lácteos de la dieta de la niña. Los jarabes, nos dijo, deberíamos tomarlos entre tres y seis meses.

La consulta valía 100 euros, pero no se podía pagar con tarjeta. Tuve que salir, volví con el dinero, la secretaria lo recibió. No me dio ningún recibo a cambio. Volvimos a casa que Clara estaba esperándonos.


Ya llevábamos unos días tomando los jarabes, cuando decidí volver con Clara. No que el médico me hubiera gustado especialmente, era el único que conocía y, según decía Fernanda, era un especialista en digestivo, y por una cuestión de igualdad entre mis hijas, decidí llevar a la mayor. Además sería una oportunidad para que me diera su punto de vista sobre una dermatitis casi permanente que tiene Clara detrás de la oreja. Desde que le hablé de su alergia temprana a la proteína de la leche de vaca (algo que supuestamente había superado), Clara pasó a ser una representante más de los “niños alérgicos”. “Los niños alérgicos son…”, “los niños alérgicos presentan…”, “los niños alérgicos deberían…”. Yo mientras me sentía cada vez más enferma - sí, todavía estoy en una etapa en la que vivo las enfermedades y problemas de mis hijas como si fueran los míos. Me contraía en mi misma, me empequeñecía, me entristecía… no sabía desvincularme de esas emociones. La consulta procedió como había sido la de Marta. Sentí que no había sacado mucha información y pensé aprovechar para hacerle un par de preguntas sobre la más pequeña. ¿Qué podía darle para una otitis? Me sugirió unas gotas. “Ah” – añadí, antes de que se me olvidara – “En dos herbolarios ya me han dicho que el jarabe Lombrifin  está descatalogado, ¿Qué puedo darle en su lugar?”. Se puso nervioso, con mi gran sorpresa. “Bueno… ¿descatalogado? No me consta… bueno, puede seguir con el Composor, al fin y al cabo con tres semanas de tratamiento es suficiente…” Me quedé de piedra. ¿No conocía otro? ¿No podía buscar una alternativa? ¿No me había dicho que debería seguir el tratamiento de tres a seis meses? ¿No era un super experto en digestivo? Pagué la consulta. Esta vez traía el dinero. Lo cogió y guardó rápido debajo del escritorio. Las siguientes consultas serían más baratas, pero no pensaba volver.